Autoría: Juan Pablo Marín, CEO y Co-fundador de Data Sketch.
Cuando era chico en los 90s siempre pensé que iba a vivir solo, sin que nadie me notara, pasaba mucho tiempo aislado y me comunicaba poco con los demás. Vivía en un lugar en medio de la nada, un tanto oscuro y con posibilidades mínimas de intercambio. Solo compartí directamente con quienes vivían conmigo. Esperaba si, en esa falta de conexión, que algún día las personas hablaran de mí y se sintieran felices al verme. De todas maneras agradecía vivir en un mundo nuevo y rápidamente cambiante. Me gustaba poder moverme más fácil que mis padres, que eran grandes, pesados y de tez un poco amarillenta, que se iba manchando cada vez más a medida que pasaban los años.
En mi adolescencia lo único que quería era salir y buscar la atención de otros de mi edad. Eran otros tiempos y no era tan fácil moverme hacia otro lado, pero con la llegada de internet fui feliz. Al principio me sentía viajando de un lado a otro y podía comunicarme con gente de aquí y de allá, incluso gente desconocida. Pero al final me sentía igual un poco vacío, no es que me guste ser el punto de atención ni mucho menos, pero en ese momento sí me habría gustado sentir que pertenecía a algo. A fin de cuentas en esos momentos, si bien me podía conectar con algunos, la verdad no era fácil que alguien me encontrara y mucho menos que pudiéramos «hacer click» para crear algo nuevo juntos. La comunicación era más fácil, pero era difícil compenetrarnos con los demás.
Fui creciendo, y el mundo conmigo. La realidad de vivir interconectados en un mundo abierto donde todos nos conocíamos con todos no llegó del todo. En la práctica existían pocos que tenían muchos amigos y muchos otros, como yo, que tenían pocos amigos. Ese sentimiento de comunidad llegó despacio, en algunas ciudades y países aparecieron lugares de encuentro donde varios de nosotros llegaron de alguna u otra manera. Al principio parecía que era el lugar ideal para conectarnos y que los demás nos encontraran, pero la realidad es que a fin de cuentas mantener estos lugares de encuentro era costoso y al cabo de un par de años la inversión dejó de llegar y nos fuimos desactualizando. Nosotros, los datos que vivíamos en esos portales de datos abiertos, nunca fuimos tan relevantes como alguna vez se pensó que seríamos.
La idea del “Big Data” y de que todos viviríamos felices en un lugar libre y abierto, de juntarnos y rejuntarnos los unos con los otros, resultó ser una ilusión. Tal vez por falta de gobernanza o presupuestos, tal vez por falta de visión. La realidad es que gestionar la gran diversidad que representábamos cada una de las bases de datos en estos portales, no era tarea fácil y los gobernantes y las empresas no comprendían bien los retos de mantenernos actualizados y relevantes.
En cualquier caso todo era mejor que cuando yo era chico y solo hablaba con los demás archivos en mi casa-computadora. Pero la idea de conexión abierta que en mi adolescencia fue tan excitante, ahora parecía otra cara de la centralización donde solo pocos eran capaces de crear y condensar grandes volúmenes de otros como yo. La ilusión de mi juventud de pertenecer a una comunidad que hiciera parte de las revoluciones locales para mejorar la calidad de vida de las personas resultó ser en vano.
Ya mayor, me despido. Espero dejar un legado inmutable. Me voy a vivir a un blockchain. Allí, espero que algún día existan suficientes computadoras para hacerme omni-presente, y tal vez, tal vez, pueda mezclarme con todos los otros datos interplanetarios y pueda ayudar a hacer un mundo mejor.