Autora: Lucía Abelenda, Directora programática, Fundación Avina.
En el 2019 hubo una pandemia que aceleró en un 80% [1] el número de dispositivos conectados a Internet en América Latina. Esto también provocó un rápido aumento en la actividad de pagos en línea durante el transcurso de 2020, convirtiendo a la región en uno de los mercados de comercio digital de más rápido crecimiento en el mundo. [2]
En esos días el ecosistema de aplicaciones de Internet no sólo creció sino que se diversificó llegando a espacios inesperados. En su momento lo catalogamos de locura. Un tal Zuckerberg anunció la nueva etapa de Internet. Él anunciaba la creación de un nuevo universo que requeriría nuevos estándares de seguridad, privacidad y formas de gobernanza. Una nueva promesa de mejorar la capacidad en Internet de expresarnos.
Ese futuro que se veía llegar no era para todos. Le quedaba muy lejano al más del 30%[3] que vivía en pobreza en América Latina, y para el cual esta realidad parecía muy lejana. En paralelo, nuestros gobiernos que vivían difíciles momentos en torno a su credibilidad, buscaban incidir en el tema pero sin un involucramiento real.
Este contexto llevó a la no regulación, a la ausencia de una mirada de Internet y los datos como bien público y a no considerar el desarrollo de una política de tecnología transversal. La consecuencia es el canibalismo; las plataformas digitales crecieron y monopolizaron espacios mediante la experimentación con los datos, algoritmos y actitudes de los y las ciudadanas. La democracia se volvió un espacio para proteger intereses privados.
Es así que más de 50 años después, Internet no es el espacio o la caja de resonancia para la movilización y de reivindicación de derechos, o para la mejora de la libertad de expresión. El acceso al conocimiento se volvió privado. Las plataformas que sirven de espacios de expresión, eran y son monopolios con sus propias formas de gobernanza y regulación. Esas formas se habían desarrollado desde la desigualdad y limitaban las posiciones alternativas que cuestionan la formas de poder establecidas.
El mundo se volvió un mundo con soluciones simplistas y poco colaborativas. Ese mundo conectado que soñábamos en los primeros 40 años de Internet se volvió una realidad solitaria, homogénea y privilegiada.
Ante la desesperación por la falta de opciones, algunos grupos excluidos que no tenían acceso a la movilización en Internet, tomaron las calles como lo hicieron en 2018 y 2019. La diferencia con esos años, es que estas grandes movilizaciones fueron mudas, nadie las vio. El control y monopolio de la información, llevó a que sólo notaran el proceso algunas personas que lo presenciaron en vivo, se fue desdibujando en el mundo real y no existió en el digital.
Cuánta soledad hay en este nuevo activismo, ante un Internet que no conecta, sino que separa y replica los valores de grupos que lo controlan.
En este futuro del 2050 muchas personas se preguntan, qué hubiera sido si gobierno y sociedad civil hubieran trabajado para tener una regulación de calidad por un Internet y datos como bien público.